Hoy en día la disciplina del coaching se ha hecho muy popular. Esta nace de la necesidad de mostrar al coachee nuevas opciones para mejorar, para resolver un problema.
Sin embargo, muchas vertientes del coaching no reconocen la naturaleza espiritual de los seres humanos, y por tanto, no tratan la causa raiz de los problemas.
Todo obedece a lo que creemos, eso ya es archiconocido. Si cambiamos al nivel de las creencias puntualmente podemos conseguir un cambio puntual, pero rápidamente volveremos a lo mismo de siempre, porque nuestro entorno y las relaciones que mantenemos con los demás generan una inercia en él yo de toda la vida.
El yo de toda la vida se rige por los valores, que es de donde surgen las creencias. Los valores dominantes que albergamos se situan en el reino del inconsciente. Aquí se encuentra la «verdad» para nosotros, y de aquí provienen todas las creencias que dan lugar a la percepción que tenemos del mundo.
Por tanto, si no consigues que los cambios perduren aquí tienes el motivo: necesitas cambiar tu verdad interna, si no quieres volver a tener las mismas dificultades.
Pero este cambio no puede realizarse si no se sabe o no se reconoce quién efectúa este cambio. Esta es la función del espíritu.
El cambio efectuado con el espíritu si permanece, porque la vida tiene como objetivo avanzar romper con los valores mundanos y artificiales para volver a la raices esenciales del nuestro Ser.
Ahí es donde se encuentra la Fuente de paz, salud, abundancia y dicha, permitiendo que los que verdaderamente somos sea expresado.
La evolución del Ser es lo que nos permite la verdadera madurez, para convertirnos en personas más ecuánimes, estables y fuertes ante los avatares de la vida. Es lo que nos permite confiar en nosotros mismos, al depositar nuestra confianza en aquello que si es confiable.
Cuando nuestros valores obedecen a otra verdad distinta de lo que realmente somos, obviamente fracasamos y nos duele. Y sufrimos mientras no sabemos cómo funciona.
Podemos observar como a la hora de aplicar lo aprendido en una sesión de coaching siempre encontramos esa voz que boicotea nuestro plan para mejorar.
Las limitaciones que encontramos no vienen tanto de nuestra falta de capacidades ni de cosas que podamos entrenar, sino de los pensamientos del ego basados en una conciencia de miedo y escasez.
Desde el nivel consciente sólo podemos elegir realizar el cambio de nuestra «verdad» a nivel inconsciente.
Resulta pertinente recordar la Ley espiritual del orden, la cual nos indica que el orden natural es primero Ser, para luego Hacer, y después Tener. Sin coherencia mental, nuestras emociones son incoherentes, y así nuestras palabras y acciones.
La integración psicoterapeutica, por su parte, conlleva al principio la incomodidad del cambio, porque requiere deshacer el camino andado. Esto significa enfrentarse a los miedos y a la culpa que generaron ciertas ideas erróneas alejadas de nuestra verdadera identidad.
Pero con la comprensión de cómo funciona puede comprenderse que el precio que se paga por el cambio es conseguir aquello incomparable con lo que realmente es nada.
Al principio crees que sacrificas seguridad, pero luego te das cuentas que esa seguridad es ilusoria, y que la verdadera seguridad nace de la confianza en quien realmente eres.
Cuando experimentas lo anterior comienza a construirse la confianza porque ya conoces la alternativa que tienes que usar para sentir que nunca puedes estar desprovisto de lo que necesitas.
Desde la conciencia de ego, nuestra visión está puesta afuera de nosotros. Así, no podemos generar el cambio en la experiencia porque esta se realiza a partir de un cambio en nuestra conciencia. Es como tratar de que la materia cambie nuestro estado interno, y es justo al revés. Así, todo lo que anhelamos, al caer en la trampa del ego, lo usamos para creer aun más en la carencia, y por ello se dice que la percepción es una cárcel y no se puede salir de ella sin ayuda.
Si observamos bien, a la hora de plantearnos un objetivo, surgirán dificultades relacionadas no tanto con aquello que se puede aprender con más o menos práctica, sino con el ruido mental que surgirá desde la perspectiva en que nuestro ego. Cuando el ego actúa por su cuenta, no puede haber sino desconfianza, porque el ego no sabe nada.
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De verdad, ¡MUCHAS GRACIAS!
Me llamo Ricardo Muñoz Rodríguez. Hace tres años, cansado de sacrificarme toda mi vida, dejé mi profesión de ingeniero industrial para recordar cómo volver a vivir. Me sentía triste y perdido. A día de hoy creo que no hay tiempo más valioso que el que dedicamos para encontrar y vivir en la verdad de los que somos.
Si quieres saber más sobre mí te invito a que conozcas mi historia.